jueves, 13 de mayo de 2010

Sobre Frankenstein (o el Moderno Prometeo)



Llegaba en hora, pero allí no había todavía nadie. Como en la última ocasión, decidí apartarme del local, sentarme en uno de los bancos anexos al teatro y esperar. Un acto que desafortunadamente se está convirtiendo en costumbre dada la rigurosa puntualidad de nuestras reuniones.

¡Pero qué puedo decir de mis sensaciones antes de la llegada de mis compañeros! Realmente me sentía entusiasmado ante la perspectiva de un coloquio sobre un libro que me había sorprendido tan gratamente… tan inesperadamente.

Fue una lástima que el número de lectores descendiera casi a una mínima expresión: M, Y, A y yo fuimos los únicos que pospusimos los ineludibles compromisos estivales. Pero esto era más o menos previsible dada la época en la que nos encontrábamos. Lo que de verdad comenzó a inquietarme es que nuestro querido Y no apareciera con su séquito habitual de puros y libros. Este hecho nos impresionó a todos, pues alguna vez se ha comentado que la iniciativa de Y contribuye a crear, junto con la hora y el lugar, una situación favorable en las conversaciones literarias; y personalmente pienso que resulta agradable tener otros libros de cuerpo presente con los que relacionar la obra elegida para la ocasión. (Esto último es una sutil indirecta para que Y recupere esos hábitos que, sin ironía, apreciamos.)

Más decepcionante, sin embargo, fue saber que dos de los cuatro supervivientes tuvieran el detalle de no terminar la novela. No diré sus nombres para no herirles más, aunque el lector avispado podrá deducir enseguida que A y yo fuimos los únicos entusiasmados del coloquio. Ambos coincidíamos en que el relato de Mary Shelley nos había asombrado. Pudimos comprobar que estaba sujeto a numerosos prejuicios que no hacían atractiva su lectura y que, en gran parte, se correspondían con toda una serie de clichés que el cine se había encargado de perpetuar, ajustándose casi siempre muy poco al verdadero espíritu de la novela. En efecto, las populares adaptaciones cinematográficas han distorsionando considerablemente la historia de este «moderno prometeo» y su criatura, uno de cuyos más representativos desajustes —y esto todos lo apuntamos— es llamar al monstruo «Frankenstein» siendo éste en realidad el nombre de su creador en la ficción.

Recientemente tuve la oportunidad de visitar el clásico filme que en 1931 realizó James Whale sobre el libro. Pude así ver otras curiosas disonancias; tan curiosas como el hecho de que en la película el doctor Frankenstein no tenga por nombre de pila Victor sino Henry, de modo que el amigo del doctor que en la novela se llama Henry, en la película se llama Victor (es decir, que los nombres de estos dos personajes están intercambiados con respecto al libro —de lo más curioso, ¿verdad?—). El mismo personaje de Ygor, el ayudante gibado del doctor que, como sabemos, no aparece en la novela, es producto de sucesivas secuelas cinematográficas, ya que a la película inaugural siguieron La novia de Frankenstein, El hijo de Frankenstein, etc., etc., en las que ya ni aparecía el mítico Boris Karloff que encarnó a la criatura en la citada y famosa adaptación.



No obstante, es de justicia puntualizar que el cine sí logró algo de suma importancia: el haber dejado un icono con el que el ciudadano medio relaciona inmediatamente el nombre «Frankenstein». Todos tenemos en nuestra mente la imagen de ese ser gigantesco, de paso torpe, cabeza cuadrada, con una protuberancia metálica a cada lado del cuello —que no son tornillos ni tuercas, sino supuestos electrodos por los que la corriente eléctrica pasaría al cuerpo inanimado del engendro—, mascullando gravemente alguna palabra apenas inteligible. Esta imagen universal sí es patrimonio del cine.



Por lo demás, la película en sí, vista en su versión original, ha pasado a ser más risible que terrorífica para un espectador de hoy día demasiado acostumbrado a cadáveres y prácticas macabras, efecto que probablemente movió a aquellos cómicos ingleses, los exquisitos Monty Python, a hacer una versión paródica en El jovencito Frankenstein, película imprescindible en su género cuya sola secuencia del sacerdote ciego, interpretado por Gene Hackman, es de impagable valor.



Otra película interesante sobre el tema es Remando al viento (1988) de Gonzalo Suárez. No es que sea una cinta excepcional, pero sí que logra recoger acertadamente la atmósfera romántica que impregnaba la época. La película parte de la anécdota que dio lugar a la escritura de la novela —como explica la misma Mary Shelley en la nota que suele incorporarse al final de las ediciones de la obra— y testimonia el trágico final que tuvieran sus protagonistas: Percy B. Shelley, Lord Byron, sus hijos… a excepción de la propia Mary, curiosamente.



He aludido antes a la criatura y a su creador porque ésta fue unas de las cuestiones que más se debatieron durante la velada. En realidad, todas las nefastas consecuencias que para Victor Frankenstein tuvo la insistencia de crear vida humana se derivan de un evidente paralelismo entre su figura y la del Creador. Por todos los medios Victor trata de conseguir el principio vital, potestad que de alguna manera le acercaría a Dios, estando ésta vedada a los hombres. Es la asunción de este papel lo que lleva la tragedia a su antes apacible y tranquila vida. De hecho, una de las frases que en su momento fue eliminada por irreverente del montaje de la película de James Whale fue «Ahora sé lo que se siente al ser Dios» en el instante en que el doctor da con éxito la vida a su criatura.



Mayor controversia supuso la discusión sobre la inocencia o culpabilidad de las acciones del monstruo. Y es aquí donde se produjo el mayor desencuentro de la noche. De repente la tertulia se desvió del terreno literario a raíz de una matizada distinción entre moral y ética que Y señaló y que, acto seguido, M se encargó de secundar. Hasta tal punto el debate se alejó del texto que la conversación ni por asomo rozaba punto alguno relacionado con la novela. Se estaban dejando de lado cuestiones tan interesantes como los diferentes niveles narrativos, la verosimilitud de algunos pasajes o las motivaciones de los personajes, entre otros muchos detalles. Y tristemente la tertulia se agotó en superficialidades extraliterarias.

Esperemos que en sucesivas ocasiones la afluencia sea mayor y las intervenciones más afortunadas. Con el deseo de que esta perspectiva se produzca, quedamos emplazados hasta la próxima sesión.

PH. DORSET

El arco, en Tiguajaneco a 27 de agosto de 2007.

6 comentarios:

Gonzalo Gómez Montoro dijo...

Hola Philippe!!

¡Por fin he conseguido entrar a tu blog! Y te puedo decir, por lo que veo, que está muy bien. No te hago la pelota, me gusta el color de fondo, el tipo de letra, las imágenes, el título, en fin, muchas cosas... Por supuesto, esto es cosa de constancia, de ir mejorándolo poco a poco con el método del ensayo-error (no hay otro, por más que digan). Pero insisto en que me gusta mucho la base de la que partes. Además, la reseña sobre "Frankenstein" está muy bien; no sabía que ese libro se leyó en la tertulia de Tiguajaneco. En fin, habrá que acercarse a ese sitio...
Un abrazo, enhorabuena y continúa con la labor
Gonzalo

Ph. Dorset dijo...

¡Hola, Gonzalo!

¡Muchas gracias por tu comentario! Sé que eres sincero en tus palabras, y por ello valoro más aún que todos esos detalles, con la experiencia que tienes, sean de tu agrado. Por supuesto, habrá que mejorar y ampliar el blog. Estoy seguro de que con ánimos como el tuyo no lo dejaré olvidado y me aficionaré, con constancia (como bien dices), a seguir escribiendo y colgando contenidos.

La tertulia de "Frankenstein" se hizo en Tiguajaneco hace casi tres años... ¡mucho tiempo ya! Por eso quizás no la recuerdes. Me alegra también que te haya gustado.

¡Eres nada menos que el primer comentarista del blog! Ya sabes la ilusión que hace esto, jeje.

Gracias de nuevo por el apoyo.

Otro abrazo (y hasta pronto).

Philippe.

Anónimo dijo...

Hola P.!!!!

Muy buena la reseña (tal como la recordaba). Recoge muy bien lo que se dijo pero, sobre todo, lo que no se pudo decir sobre el libro aquella noche en Tiguajaneco, además de aportaciones propias de tu erudición en cine. Aunque yo no soy un experto bloggero como G (ni he vivido en el extranjero) he de decirte que me ha gustado también bastante la idea y en general el formato del blog, que por supuesto contiene detalles mejorables, pero, tiempo al tiempo. Me ha encantado rememorar aquella noche, por tantas cosas tan lejana. Te tomo la palabra por la que ha pasado tanto tiempo para decirte que no faltes este jueves. Ánimo y a seguir.

"A"

Ph. Dorset dijo...

¡Hola, "A"!

Gracias por buscar un hueco en tu apretada agenda y leer de nuevo la reseña, después de tanto tiempo. Sabes bien que aquella noche éramos pocos y que muchas cosas quedaron en el tintero. Esperemos que este jueves seamos más y podamos exprimir al máximo la velada.

Te agradezco los ánimos para seguir mejorando el blog, tarea que, como bien señaláis, necesitará tiempo y paciencia. La cuestión era empezar.

Nos vemos esta semana en Tiguajaneco (que para ti es casi como viajar al extranjero, jeje).

Un abrazo.

Philippe.

Anónimo dijo...

Hola Phil!!!

Como siempre, es grato leer cualquiera de tus escritos...

Lo mejor, dejando la calidad literaria de un lado, tu iniciativa al crear este blog. Sigue en ese camino, no lo dejes, para así poder compartir con los demás tus pensamientos y expreriencias.

Nos vemos, un abrazo

APC

Ph. Dorset dijo...

¡Hola, APC!

¡Me alegra mucho verte por aquí! Gracias por leer la reseña, por tus palabras y por los ánimos. Espero mejorar poco a poco el blog y continuar escribiendo, para que así puedas convertirte en asiduo lector. Te mantendré informado de las novedades.

Nos vemos pronto.

Otro abrazo,

Phil.