viernes, 24 de agosto de 2012

Primavera tardía

No soy un experto en cine japonés; ni siquiera en cine, a decir verdad. Tan solo disfruto con algunas películas en las que creo reconocer un rasgo distintivo, un matiz original. En el vasto terreno de los fotogramas en movimiento, precisamente, el cine japonés suele reflejar este tipo de singularidades. Quizá su condición de exótico a ojos de Occidente contribuya irremediablemente a ello. Lo cierto es que las obras de Kurosawa, Mizoguchi y Ozu (la gran tríada de clásicos japoneses) se caracterizan por crear y mostrar una mirada diferente del cine.


Primavera tardía de Yasujiro Ozu (1949) es un buen ejemplo de cine clásico japonés. El equilibrio de las composiciones, la armonía de los encuadres o la importancia de la naturaleza (el agua que fluye, el viento que agita las ramas de los árboles, unas flores en el jardín) revisten de enorme poeticidad sus imágenes. La perfección de sus planos y su capacidad para plantear conflictos universales con aparente sencillez la sitúan a la altura de las obras más reconocidas de Ozu, como Las hermanas Munakata (1950) y Cuentos de Tokio (1953).

En Banshun (su título original) encontramos un argumento similar a El sabor del sake (la última película de Ozu), pero en ella incide más aún la contención narrativa, un discurso depurado de artificios que centra la atención en las pequeñas cuestiones esenciales de lo humano. Así, un leve gesto o una mirada sostenida aportan una enorme intensidad emocional, dejan entrever una gran fuerza interior en los personajes, dinamismo que contrasta con la rigidez de sus cuerpos, con ese respeto a los espacios entre personas tan propio del mundo japonés, aun en las relaciones más cercanas como las familiares.

El actor Chishu Ryu y la actriz Setsuko Hara FUENTE

Hay películas que perduran mejor que otras en su recuerdo. Sin duda, a nadie sorprenderá esta evidencia. A veces ese recuerdo está ligado a los intérpretes, a ciertas fórmulas de la realización, a una impresión argumental. A veces incluso concurren gran parte de estos elementos; pero otras se mantienen latentes durante la proyección y se revelan con especial intensidad en el cierre: Louis Jourdan acabando su Carta de una desconocida; Charles Chaplin al final de Luces de la ciudad; Anthony Quinn perdido en la playa, en La strada, con el sonido de las olas de fondo. 

Primavera tardía es asimismo memorable por su final. Se desliza ante nosotros de la forma más sencilla, con un gesto cotidiano. Vemos pelar una manzana y nos derrumbamos cuando la piel del fruto cae también, en un absoluto silencio, como un grito ahogado o un sollozo reprimido. 



El cine vuelve a triunfar.