martes, 24 de diciembre de 2013

Recordando a Joan Fontaine

Fuente

Siempre me he interesado por las grandes actrices del cine clásico que aún viven. Es una de mis curiosas aficiones. Siento, por ejemplo, una profunda admiración por Maureen O'Hara y Danielle Darrieux; también por Joane Fontaine. Por eso, cuando la semana pasada conocí la noticia de su fallecimiento recordé su filmografía a modo de obituario.

Joan Fontaine murió el 15 de diciembre a los noventa y seis años, casualmente el mismo día que otro clásico del cine, Peter O'Toole. Supongo que la vida suele reservarnos este tipo de desenlaces, tan caprichosos como el destino de un personaje de ficción. Retirada desde hace décadas de la industria del cine, muchos recuerdan a Joan Foantaine como la frágil y atormentada protagonista de Rebecca. Aunque ya había debutado con pequeños papeles en títulos como Olivia (George Stevens: 1937) y Gunga Din (George Stevens: 1939), fue la primera película que Hitchcock realizó en Hollywood, entonces bajo las imposiciones del autoritario productor David O. Selznick, la que la dio a conocer al gran público y la lanzó en un rápido ascenso al estrellato. Su actuación como Sra. de Winter le valió la candidatura al Óscar en 1940; y, pese a que no lo ganó entonces, solo se demoró un año más en conseguirlo por Sospecha, otra película de Hitchcock.

La casualidad quiso que recientemente, pocas semanas antes de su fallecimiento, volviera a ver a Joan Fontaine en Sospecha. Disfruté con cada gesto de su interpretación junto a la ambigüedad sibilina de Cary Grant, su compañero de reparto; disfruté con cada mirada, cada silencio, cada ademán, cada titubeo de sus finos labios. Recuerdo haber pensado que nadie más que ella podía haber merecido ese Óscar, que la justicia, ausente en muchas ocasiones de la nómina de los grandes premios, había decidido esa vez digna y sabiamente.

Pero la película con la que me cautivó la timidez de Joan Fontaine fue Carta de una desconocida, la magistral obra de Max Ophüls basada en el relato homónimo de Stefan Zweig. Su actuación recoge con fidelidad el apocamiento, la inseguridad y el frágil desánimo que esconden, bajo su quebradiza apariencia, una obcecada resistencia y templanza sentimental. Carta de una desconocida forma parte de mi decálago de grandes películas y Joan Fontaine, al igual que la maestría de Ophüls en la dirección, tienen mucho que ver en ello.

Recordando a Joan Fontaine, ayer quise homenajearla viendo Alma rebelde (Robert Stevenson: 1944), una adaptación de Jane Eyre en la que la actriz daba vida a la heroína de Charlotte Brönte. La ambientación lúgubre de la mansión de Gateshead, el rodaje en exteriores --insólito para la época-- y la presencia inquietante de Orson Welles como Sr. de Rochester convierten en memorable la versión de la novela. Al ver la película y analizar con detalle cada uno de los movimientos de Fontaine, vi claramente algo que ya intuía: que en casi todos sus grandes papeles, más allá de las características psicológicas de sus personajes, Joan Fontaine transmite siempre esa imagen de reacia indefensión propia de la complejidad del ser humano, una reunión de debilidad y fortaleza, de dudas y resoluciones, de vaivenes interiores y responsabilidades. Quizá la comparación resulte arbitraria, pero la misma sensación la he encontrado, entre los actores, en los personajes encarnados por Montgomery Clift. Creo que hay un ímpetu bajo la vulnerable apostura de ambos que entraña un temperamento obstinado.

Hay en la vida de Joan Fontaine un anecdotario morboso por el que sin duda será igualmente recordada: su relación con la también actriz y hermana mayor Olivia de Havilland, con la que no se habló durante los últimos treinta años de su vida. Las versiones sobre esta enemistad fraternal son dispares y discrepan según el punto de vista, pero casi todas apuntan a una rivalidad alimentada y viciada por su propia madre desde la infancia. Las malas lenguas aseguran que era su mutuo odio el que las mantenía vivas siendo nonagenarias, esperando cada una a que la otra muriera primero como último éxito frente al público. Me pregunto ahora cómo supo Olivia de Havilland que su hermana pequeña había fallecido y cuál fue su reacción al conocer la noticia.

Lejos de la malsana palabrería, mi deslavazado tributo a Joan Fontaine ha de finalizar con una muestra de su talento, de su capacidad para conmovernos sin esfuerzo. Sirva el comienzo de Carta de una desconocida para compartir mi admiración por esta actriz de otra época, cuando las actuaciones, y no los medios técnicos, eran los pilares sobre los que sustentaban las grandes películas, los que decidían con el tiempo si una obra perduraba o se perdía en el olvido.

Y un hermoso homenaje en imágenes a toda su carrera:



sábado, 11 de mayo de 2013

L'important c'est d'aimer


Lo importante es amar, dirigida por Andrzej Zulawski (1975), es una película extraña, abigarrada, donde lo grotesco tiene tanta presencia como lo sublime y el desorden y la armonía se entrelazan de forma insólita y sorprendente. Hay algo misterioso en esta obra que nos impide volver los ojos y que nos atrapa, pese a sus defectos. Gran parte de esa fascinación se manifiesta a través del magnetismo de su protagonista, la atormentada Romy Schneider. He aquí un momento de la primera escena de la película, en el que la actriz anuncia en cierto modo que vamos a asistir a una interpretación impecable, deslumbrante, inolvidable:


La música de Georges Delerue (uno de los mejores compositores que hayan entregado su vida al cine, tristemente olvidado), actúa en este caso como un elemento indisociable que envuelve a los personajes, reflejando a la perfección cuanto de inevitable, trágico e incomprensible existe en su relación. Pocas veces una pieza tan breve ha expresado con tanta intensidad y fielmente un contenido emocional:


Otra de las escenas donde la interpretación de Romy Schneider ejerce un hechizo irrefrenable sobre Fabio Testi y sobre nosotros, como espectadores, recuerda el triángulo amoroso de Jules y Jim (François Truffaut: 1961), aunque haya notables diferencias entre ambas historias y el temperamento de sus personajes no sea el mismo:


Es posible que Lo importante es amar sea una película sobrestimada por parte de la crítica. Sin duda se le puede achacar el abuso de ciertos elementos dramáticos, como la citada música de Delerue. En mi modesta opinión, existe un mérito artístico en toda obra que de alguna manera nos convulsiona a pesar de sus imperfecciones. Los motivos de mi reseña, gocen de un mayor o menor acierto, ya han quedado expuestos. Por encima de todo ello he de reconocer que nunca una actriz alemana me había conmocionado tanto.

domingo, 27 de enero de 2013

El mejor Sherlock Holmes

El último y (como casi siempre) azaroso descubrimiento que en esta ocasión quiero compartir con vosotros, curiosos lectores y visitantes intempestivos de esta desatendida buhardilla, son las adaptaciones de las historias de Sherlock Holmes que, a partir de 1984 y durante diez años, la productora Granada realizó para la televisión británica. El resultado fue una serie exquisita de episodios en los que la falta de recursos queda perfectamente suplida por la lucidez de la realización, el ingenio de la puesta en escena, la minuciosa atmósfera de la Inglaterra victoriana y, muy especialmente, la excelencia de las interpretaciones. En un momento en que el moderno Sherlock Holmes, llevado ahora al cine por Guy Ritchie en forma de secuela, deslumbra al público con su espectacular repertorio de medios técnicos, el Holmes encarnado por Jeremy Brett nos inspira en sus gestos, sobre todo en sus miradas, el genio puro del detective creado por Conan Doyle en 1887. 


Las aventuras de Sherlock Holmes FUENTE


He de confesar que la primera vez que vi a Jeremy Brett en el papel de Holmes no me convenció en absoluto su apariencia. Sin embargo, su actuación, entregada y contundente desde todos los ángulos críticos, consiguió cautivarme ya en el primer capítulo, hasta el punto de que las historias mismas de la serie, con sus misterios y resoluciones, quedaron pronto como un aspecto secundario, dejando de tener el interés que la sola presencia de Brett era capaz de suscitar.


Jeremy Brett en el papel de Sherlock Holmes FUENTE


Atrapado por las investigaciones de este genuino Sherlock Holmes, comencé a interesarme para saciar mi curiosidad, como suele pasar en estos casos, por las anécdotas del rodaje, los entresijos de la producción y la biografía de los actores. Supe entonces, para mi grata sorpresa, que la serie contaba con gran número de seguidores y que también ellos elogiaban el trabajo de Jeremy Brett, así como el de David Burke, el encargado de dar vida en la ficción al entrañable doctor Watson. Sin duda, coincido con todas las opiniones y críticas que consideran a ambos como la pareja que mejor ha dramatizado las historias del, probablemente, detective más famoso de la literatura.


Jeremy Brett y David Burke como Holmes y Watson FUENTE


De las distintas series que componen esta preciada adaptación de Sherlock Holmes (Las aventuras de Sherlock Holmes, El regreso de Sherlock Holmes y Las memorias de Sherlock Holmes, además de otras series y largometrajes que cuentan con el mismo reparto), en el futuro espero poder completar los casos de este alarde de la deducción interpretado por Jeremy Brett, actor al que admiro por haber mimetizado tan brillantemente a su personaje. Esta pequeña entrada, de hecho, tiene en buena parte como propósito honrar la memoria de su extraordinaria dedicación, en la que no cejó ni siquiera acechado por la enfermedad (como se aprecia en los últimos episodios que rodó, pocos meses antes de morir).

Aquellos que no conozcan la adaptación ni hayan oído hablar de los actores, y tengan curiosidad por descubrir esta escondida joya de la televisión, podrán ver en el siguiente enlace el primer capítulo de la serie (uno de mis predilectos, por cierto).


Las aventuras de Sherlock Holmes: Escándalo en Bohemia (1984)


Sin más, que disfruten del mejor Sherlock Holmes.

sábado, 13 de octubre de 2012

Palabra de Julio Cortázar

Hace unos días, por azar o casualidad (nunca sé muy bien), volví a ver algunas de las entrevistas que el gran Julio Cortázar concedió para televisión en los años setenta y ochenta. Me gustaría reproducir aquí un fragmento en el que Cortázar da su opinión sobre el mal llamado, según el escritor, boom latinoamericano. Merece la pena escuchar durante cinco minutos su discurso lúcido y cautivador.




El fragmento pertenece al programa A fondo de RTVE, grabado en 1977 bajo la dirección de Joaquín Soler Serrano, célebre por haber conseguido el testimonio de grandes personalidades de la cultura, como Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Juan Rulfo, Octavio Paz, Dámaso Alonso o Salvador Dalí, toda una nómina, en fin, de figuras de primer orden del mundo hispánico. El caso de Julio Cortázar es uno de los más memorables por su forma de expresarse, con su musicalidad porteña y esa característica erre arrastrada a la francesa, producto de su vida parisina; pero sobre todo es memorable por su pensamiento brillante, franco y honesto, profundamente honesto, revestido de enorme sensatez y de ese sentido del humor del que siempre hacía gala tanto desde su persona como en su obra.


Entrevista completa a Julio Cortázar en A fondo (1977)

Decía uno de mis profesores que de toda lectura puede extraerse un fruto y que ese fruto siempre es útil a la experiencia, aunque su jugo sea amargo. La entrevista a Cortázar en A fondo supera el mejor testimonio que una biografía sobre el autor pueda ofrecernos, con el añadido de un provechoso y dulce sabor que enriquece nuestra experiencia y deleita también los sentidos. En el amplio recorrido que abarca la entrevista al escritor, desde su nacimiento e infancia hasta sus publicaciones más recientes, Cortázar cuenta anécdotas, entre otras muchas historias, sobre sus primeras aproximaciones a lo fantástico, cuando era un voraz lector preadolescente. A los doce años había leído una novela de Julio Verne titulada El secreto de Wilhelm Storitz, en la que aparece la figura del hombre invisible, que más tarde sería retomada por H.G. Wells. Cortázar nos dice que encontró entonces el relato apasionante y se lamenta de que se trate de una de las obras de Verne menos conocida. 


FUENTE


Confieso, para regocijo de mi ignorancia, que no conocía ni había oído hablar de la novela de Verne. Pero he aquí, curiosamente, que tan solo un día después de revisitar la entrevista a Cortázar, por puro azar o casualidad (nunca sé muy bien), me tropecé con un ejemplar de Le secret de Wilhelm Storitz en un puesto de libros de la Place Sainte Anne, en la ciudad francesa de Rennes. No pude abstraerme al hecho, llámese coincidencia o destino, de encontrarme de improviso con ella, como tampoco a la preciosa y cuidada edición de Gallimard y a su precio irrisorio. Con la obra en las manos, feliz como el niño que tiene un nuevo juguete que estrenar, seguí mi camino mientras volvía a asaltarme una duda conocida: ¿Habría tenido en otra circunstancia el mismo encuentro? No sabría contestar muy bien esta pregunta que extrañamente me acompaña a menudo.

viernes, 24 de agosto de 2012

Primavera tardía

No soy un experto en cine japonés; ni siquiera en cine, a decir verdad. Tan solo disfruto con algunas películas en las que creo reconocer un rasgo distintivo, un matiz original. En el vasto terreno de los fotogramas en movimiento, precisamente, el cine japonés suele reflejar este tipo de singularidades. Quizá su condición de exótico a ojos de Occidente contribuya irremediablemente a ello. Lo cierto es que las obras de Kurosawa, Mizoguchi y Ozu (la gran tríada de clásicos japoneses) se caracterizan por crear y mostrar una mirada diferente del cine.


Primavera tardía de Yasujiro Ozu (1949) es un buen ejemplo de cine clásico japonés. El equilibrio de las composiciones, la armonía de los encuadres o la importancia de la naturaleza (el agua que fluye, el viento que agita las ramas de los árboles, unas flores en el jardín) revisten de enorme poeticidad sus imágenes. La perfección de sus planos y su capacidad para plantear conflictos universales con aparente sencillez la sitúan a la altura de las obras más reconocidas de Ozu, como Las hermanas Munakata (1950) y Cuentos de Tokio (1953).

En Banshun (su título original) encontramos un argumento similar a El sabor del sake (la última película de Ozu), pero en ella incide más aún la contención narrativa, un discurso depurado de artificios que centra la atención en las pequeñas cuestiones esenciales de lo humano. Así, un leve gesto o una mirada sostenida aportan una enorme intensidad emocional, dejan entrever una gran fuerza interior en los personajes, dinamismo que contrasta con la rigidez de sus cuerpos, con ese respeto a los espacios entre personas tan propio del mundo japonés, aun en las relaciones más cercanas como las familiares.

El actor Chishu Ryu y la actriz Setsuko Hara FUENTE

Hay películas que perduran mejor que otras en su recuerdo. Sin duda, a nadie sorprenderá esta evidencia. A veces ese recuerdo está ligado a los intérpretes, a ciertas fórmulas de la realización, a una impresión argumental. A veces incluso concurren gran parte de estos elementos; pero otras se mantienen latentes durante la proyección y se revelan con especial intensidad en el cierre: Louis Jourdan acabando su Carta de una desconocida; Charles Chaplin al final de Luces de la ciudad; Anthony Quinn perdido en la playa, en La strada, con el sonido de las olas de fondo. 

Primavera tardía es asimismo memorable por su final. Se desliza ante nosotros de la forma más sencilla, con un gesto cotidiano. Vemos pelar una manzana y nos derrumbamos cuando la piel del fruto cae también, en un absoluto silencio, como un grito ahogado o un sollozo reprimido. 



El cine vuelve a triunfar.