viernes, 17 de febrero de 2012

Elegía al Joven Werther

Queridos amigos:

He querido inaugurar la sección Club de Lectura con una reseña sobre Las desventuras del joven Werther de Goethe, reseña escrita hace cuatro años en el seno del círculo literario de Tiguajaneco. Como ocurriera con Frankenstein (la primera entrada que apareció en Luces al Atardecer), se trata de una reflexión personal encuadrada en un diálogo mayor, perspectivístico. Se comprende así la presencia en el comentario de algunos elementos particulares (joviales, si se quiere) que quizás desorienten al lector descontextualizado. Pese a este temor, me decanto por reproducir al pie de la letra la reseña tal y como fue concebida. Espero que sepáis perdonar las licencias que en ella se encuentran sin dejar de disfrutar del tema literario.
No dudéis en expresar vuestras impresiones por medio de comentarios, los cuales gustosamente serán contestados. Sería interesante que los comentarios puedan formar un hilo de debate similar al de un foro.



 

Las desventuras del joven Werther (1774)
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)









Elegía al Joven Werther

¡Oh, compañeros! ¡Qué más apropiado sino comenzar esta reseña con exaltación!
            Al igual que pasó con otras lecturas, nuestro nuevo libro estaba rodeado de leyenda, de palabrería más o menos justificada sobre las motivaciones de un personaje que decide poner fin a su vida por amor: el paradigma del héroe romántico. (Óyese una pedorreta… y no una pedorreta cualquiera: una sentimental e idealista, justo a la bajeza de las circunstancias).
Habrá quien se sorprenda —no sé por qué estoy pensando en Gayo— si digo que Las desventuras (o «sufrimientos» o «infortunios» o «penas» o «cuitas», según la edición) del joven Werther no me parece una obra «pesimista». (Lo pongo entre comillas para matizar el escándalo que pueda suscitar tal afirmación). Y es que, desde mi punto de vista —un punto de vista distorsionado—, El túnel, por ejemplo, es novela plagada de mucha más podredumbre y miseria humana; tanta que llega incluso a rezumar. La comparación no es para el caso en absoluto gratuita, ya que Gayo, apoyado por Alvar, estableció un paralelo entre ambas historias, fundamentalmente en la psicología de sus protagonistas. ¡Ah, qué injusticia más grande! —pensaba yo entonces—, comparar la noble sensibilidad y la sutil expresión de Werther, por muy desbordada que sea, con la paranoia patológica de Juan Pablo Castel. Recordemos que Juan Pablo Castel vive una relación tormentosa con una mujer a quien no conoce ni llega a conocer; es más: desperdicia, en la memorable escena de la playa, la única oportunidad que ella le brinda de entregarle sus sentimientos. Recordemos también que Juan Pablo Castel fija su atención en María Iribarne porque ésta da importancia a un detalle en principio trivial de uno de sus cuadros, un símbolo vital para el pintor que busca ser decodificado. Y ya está, no hay más, sin más lógica y sin mayor explicación a partir de ese momento se desarrolla una relación amorosa sana y saludable. (Nótese la ironía). Para Werther, simplemente, todo lo que siente por Lotte es desconocido, nuevo, demasiado nuevo, tanto que llega a abrumarle, que le inunda, que se anega… hasta ahogarse en pólvora. Sus sentimientos son, es cierto, exagerados, pero porque le vienen grandes a su inexperto corazón. También sobre esto se debatió.
¿Contaba Werther con un bagaje sentimental antes de iniciar su viaje y conocer a Lotte? Werther se refiere en una de sus primeras cartas a un nombre de mujer, una tal Leonor. De ella no tenemos posteriormente más noticias y no parece plausible inferir que Werther emprenda su itinerario para olvidar una relación sentimental. Más bien da justamente la impresión de que la susodicha Leonor no causó la menor conmoción en el aventurero Werther. Es evidente que Lotte es quien agita por primera vez los sentimientos de nuestro joven protagonista; y digo bien joven porque este adjetivo es tan importante para comprender sus acciones que hasta figura en el título.
Asimismo, Borja relacionó el libro con nuestra querida Abadía de Northanger. No se comentó demasiado esta conexión porque el Werther es obra mucho más honda que el simple entretenimiento literario de Jane Austen, por más que la novela de Austen esté brillantemente escrita. Por su parte, Alvar vio semejanzas entre Werther y Julien Sorel, el protagonista de Rojo y negro, al sostener la hipótesis de que Stendhal pudo haberse basado en la obra de Goethe como fuente importante de inspiración. Posiblemente en el futuro pueda ofrecernos un estudio pormenorizado sobre estas resonancias, aunque parece que los rasgos que vio comunes entre ambas lo son también de muchas otras novelas que se construyen en torno a un triángulo amoroso. Yo preferí mencionar otra emblemática obra romántica (Frankenstein) porque, al igual que el libro de Mary Shelley, el Werther es una grandiosa muestra sobre la naturaleza humana. Para evidenciar esta conexión recordaré tan sólo que una de las tres lecturas que inician la educación de la criatura es precisamente Las desventuras del joven Werther. Tampoco quisiera ser muy incisivo al respecto, pero, como tuve oportunidad de decirle personalmente a mi admirado Gayo, la obra de Goethe tiene un poso de experiencia mucho más valioso (siempre desde mi punto de vista) que otra novela epistolar (¡qué curioso!): Donde el corazón te lleve. (Ay, qué título más cursi… quiero decir bonito).
Mucho se habló igualmente sobre la relación del protagonista con Dios. De sus palabras se desprende que Werther cree en la divinidad y de ahí que trate de justificar denodadamente su designio último, una vez que éste ha sido forjado en su pensamiento. (Werther es consciente de que la potestad de decidir sobre la vida humana, por más que sea la propia, no le compete). La mayoría de sus argumentos son falaces, aunque con una apariencia de credibilidad que los hace incluso convincentes. Así, por ejemplo, como vio muy bien Alvar —medio aplauso para él—, la trillada imagen de la vida como camino, siendo su devenir un peregrinaje donde lo importante no es la extensión de su recorrido, sino su culminación. De este modo Werther se dirige a Dios para persuadirse a sí mismo de que lo fundamental es estar junto a él, siendo intrascendente que este encuentro se produzca antes o después. La última frase del libro, no obstante, es muy significativa de este dilema: «Su entierro no fue acompañado por ningún sacerdote».
            Bien. Los anteriores fueron los puntos de debate más sobresalientes de la noche. Ahora me gustaría —nadie afortunadamente está aquí para impedírmelo— resaltar cuatro aspectos en concreto que, desde la visión general de la obra, llamaron mi atención. No me atreví a comentarlos durante la velada cuando, al realizar algún breve apunte, notaba miradas extrañadas y escrutadoras sobre mí:
1º. Werther no se cree inferior a su «oponente»; es más, muchas veces sostiene convencido que Albert no es la clase de hombre que podría hacer feliz a Lotte. Se trata de una desautomatización (destopificación) en toda regla del ideal del héroe romántico, que suele aspirar siempre a un «ansia perpetua de algo mejor» y situarse en postración con respecto a la mujer (de manera similar a las relaciones establecidas por el código de conducta del amor cortés).
2º. Lotte no encarna —para sorpresa de muchos— el prototipo de mujer cuyo mayor divertimento es entretenerse torturando a sus ingenuos pretendientes. Su actitud es en todo lugar noble; si sucumbe a un instante de pasión es precisamente porque su inocente naturaleza le impide reprimir el amor que siente por Werther en una escena propicia para ello, merced a la lectura lírica de algunos cantos del poeta Ossian (fragmentos necesarios, pues, desde esta perspectiva para el desarrollo de la historia, pero insufribles para el lector posmoderno).
3º. Según lo anterior, se aprecia que nuestro protagonista al menos goza de una efusiva escena voluptuosa, de modo que la "imposibilidad de su amor" es un poco menos imposible. En varias ocasiones Werther extiende los brazos en un intento frustrado de reducir la distancia que le separa de su amada para alcanzarla. Todo hace suponer que Werther no va a pasar nunca de las fantasías oníricas que a buen seguro tiene sobre Lotte por las noches (aunque de esto no se diga nada en el libro). Sorprende, pues, que muera con algo de roce en el cuerpo, que al menos se diera el lote con Lotte. (Medio aplauso para mí por este juego de palabras). Y lo más importante: él tiene la seguridad de que ella le ama.
4º. La muerte de Werther, por último, no idealiza su figura; más bien la desmitifica, le resta heroicidad. A ello contribuye la descripción del agónico proceso de su muerte tras la detonación del arma. (Lo observó muy acertadamente Alvar y, como él mismo dijo, llega a resultar casi gore). Pese a producir un fuerte impacto —también— en el lector, es una nota que concuerda con la llamada estética romántica del "mal gusto" o de la "degradación", constituyendo un pasaje descriptivo asombroso e inquietante.
No quisiera tampoco pasar por alto en estas líneas la justificación de las primeras páginas de la novela (antes de que Werther conozca a Lotte), que Alvar juzgó tediosas. A él digo lo que ya sugerí en su momento: que son apenas unas quince páginas (por tanto, no excesivas) y son fundamentales para establecer un contraste entre el modo de vida sereno y tranquilo de Werther, que le lleva a disfrutar de los detalles más nimios de la naturaleza, y su posterior estado tormentoso. De hecho, buena parte de la desesperación que guía a Werther a su desdichado fin radica en que sea incapaz de volver a su anterior existencia apacible, en que no pueda restituir la paz y la armonía vitales que le caracterizaban al comienzo de la obra. Borja fue incluso más allá en su valoración negativa del inicio de la obra, haciéndola extensible a toda la primera parte. Lo único que puedo decir es que la primera parte del Werther me parece sencillamente magnífica hasta el punto de considerar (muy exageradamente, claro) que en ella no sobra nada y todo es acierto por parte del autor.
La represión de estos pensamientos da buena prueba de lo incomprendido que me sentí en todo el desarrollo de la tertulia; tan incomprendido que, después de retirarnos de nuestro habitual punto de reunión, decidí aprovechar un momento del trayecto (íbamos a tomarnos una sidrica por sugerencia de Gayo) en que nuestro querido Joseph se quedaba rezagado de la marcha (por su paso renqueante) para pedirle discretamente sus pistolas como señal de satisfacción. No caí en lo que hacía cuando se lo estaba diciendo. Me miró como se suele mirar la inmensidad, con los ojos abiertos y encendidos. Y pude ver entonces cómo apalancaba la muleta que llevaba, bajaba las manos y se desabrochaba los pantalones al tiempo que me suspiraba: «¡Toma mi pistola!». (Ayúdale con lo suyo, Señor).
Ciertamente Werther no fue muy original en su fatal resolución. No hay olvidar que nuestro púbero protagonista no contaba con la madurez necesaria para arrostrar su estado, el peso de todos sus desbordados sentimientos. Tomó, en efecto, la salida más fácil, la más vergonzante. Se podrá no estar de acuerdo con muchos de sus pensamientos, con su manera de actuar, con su decisión última. Más allá de justificar o atacar sus motivaciones el mejor gesto que podemos tener con él quizás sea tan sólo comprenderlo. (Es que el final tenía que ser grandilocuente).


Ph. Dorset

El Arco, en Tiguajaneco a 24 de abril de 2008

jueves, 9 de febrero de 2012

Nader y Simin, una separación

Esta semana la Filmoteca Regional ha proyectado la película Nader y Simin, una separación, del director iraní Asghar Farhadi. Fui a verla alentado por la versión original subtitulada que siempre promueve la Filmoteca y por su excelente crítica, avalada por el Oso de Oro a la Mejor Película en el Festival de Berlín (2011) o el reciente Globo de Oro a la Mejor película de habla no inglesa. Quizás por estos motivos la película supuso una de esas raras ocasiones en las que se sobrepasan las expectativas creadas. Las dos horas de metraje acabaron reduciéndose a un abrir y cerrar de ojos. La intensidad argumental, el ritmo envolvente, el giro continuo de sucesos y la calidad de las interpretaciones tuvieron buena culpa de que el tiempo se consumiera como de improviso. Se trata de una de esas películas que se dejan ver por sí solas, sin esfuerzo alguno, donde la forma parece además que nada tiene que decir y al mismo tiempo, a poco que prestemos atención a la técnica, nos damos cuenta de que está maravillosamente filmada. Sobre todo nos habla de una historia con un extenso trasfondo humano y unos personajes en su mayoría muy complejos, todos expuestos a un fuerte impacto cultural y social. En definitiva, una película riquísima en valores actuales y atemporales, sin que ninguno de ellos sea juzgado definitivamente con parcialidad, tarea que en última instancia ha de corresponder al espectador.
Pincha AQUÍ para ver el tráiler en VOSE



Nader y Simin, una separación
(Jodaeiye Nader az Simin)
Director: Asghar Farhadi
Irán (2011). 123'










Para mí es sin duda una de las mejores películas del año, una joya cinematográfica que volveré a ver para ahondar con calma en los sutiles matices inadvertidos. Y por supuesto estoy convencido de que a finales de este mes se alzará también con el Oscar a la Mejor película de habla no inglesa (aunque no me desagradaría ni me sorprendería si lo ganara para Bélgica El niño de la bicicleta de los hermanos Dardenne).

lunes, 6 de febrero de 2012

Correspondencia Chejov / Gorki



El pasado viernes, 3 de febrero de 2012 apareció en El Cultural del diario El Mundo una reseña firmada por el poeta y crítico Luis Antonio de Villena sobre la correspondencia entre Anton Chejov y Maxim Gorki, que Editorial Funambulista publicó a finales de 2011. 

La crítica es en general muy favorable y subraya algunos de los aspectos más interesantes de las cartas. En ella Luis Antonio de Villena tampoco se limita a hacer una mera paráfrasis del postfacio que acompaña a la correspondencia; aporta sus propias ideas sobre la lectura.

La misma reseña puede también leerse en el blog personal de Luis Antonio de Villena y en el blog de Editorial Funambulista.




Luis Antonio DE VILLENA | Publicado el 03/02/2012

La no muy nutrida correspondencia entre dos grandes de la literatura rusa, Anton Chejov (1860-1904) y Máximo Gorki (1868-1936), aunque breve -empieza en octubre de 1898- está llena de encanto. Pese a la no excesiva diferencia de edad entre ambos, Chejov ya enfermo de tisis y medio solitario en Crimea, donde vive por prescripción facultativa, es ya un maestro, autor de magníficos cuentos que revolucionaron el género y de obras de teatro no menos novedosas como Tío Vania. Gorki es un provinciano impulsivo y apasionado, un talento que comienza a descollar y que suele dudar mucho de cuanto hace. Le escribe a Chejov con la devoción y el respeto debidos a un maestro y firma casi siempre sus cartas como Alexei Pechkov, su verdadero nombre, pues Gorki (que en ruso significa “amargo”) fue un pseudónimo. Como es natural hay más cartas de Gorki que de Chejov, que sin embargo acoge al nuevo con calor, estima claramente su obra literaria y le da consejos, siempre exentos de toda pedantería. Se llegaron a ver varias veces, aunque menos de las que Gorki hubiese deseado.
Cuando Gorki va tomando conciencia social (sobre todo tras una carga de la guardia cosaca contra la gente en 1901) y está muy a menudo vigilado por la policía, le escribe a Chejov solicitando dinero para las víctimas, pidiéndole que cambie de editor (un burgués avaro por un socialista) y aún que edite en las revistas nuevas, que si no son comunistas lo serán pronto. En lo de las revistas Chejov accede; en todo lo demás, calla. La foto de portada del libro (Chejov y Gorki sentados a una mesa en Yalta, 1900) nos demuestra muy bien quiénes eran los dos amigos, aunque siempre prepondere la admiración de Gorki.
Chejov era un burgués, un hombre moderno y europeo, que soñaba en una Rusia nueva no revolucionaria. Gorki (que llegó a ser un estandarte de la revolución bolchevique y también un incordio para ella) era un campesino de Nijni-Novgorod, un autodidacta y un personaje tan talentoso como cada vez más comprometido con la idea revolucionaria. Ahí no podían entenderse y Chejov evita el tema pero jamás deja de alentar el talento de Gorki, aconsejándole escribir teatro y corrigiendo algunas de sus piezas como Bajos fondos.
La correspondencia, breve y sabrosa (acaba a principios de 1904, cuando la salud de Chejov le impide otra dedicación) nos demuestra más que nos cuenta, aunque no falten curiosidades como la opinión sobre el contradictorio y viejo Tolstói. Nos demuestra el talante cordial y la comprensión honda de dos personas a quienes casi todo separa, menos el respeto y el hondo amor por su oficio. El librito es sumamente grato.