sábado, 19 de febrero de 2011

Buscando al Cisne Negro


Todos llevamos un Cisne Negro dentro de nosotros, pero algunas personas necesitan ahondar más en su interior para llegar a él, para despertar sus pasiones más oscuras.

Ésta sería en síntesis la tesis principal de Black Swan, la última película de Darren Aronofsky, el director de Pi (1998), Réquiem por un Sueño (2000) y The Wrestler (2008), títulos que ya se han convertido en culto para no pocos espectadores. No quiero entrar ahora en un análisis profundo ni de su trama ni de su realización, así que evitaré la charlatanería crítica, la terminología básicamente huera que atraería paráfrasis tales como que, para comprender la lógica en apariencia caótica que mueve sus instintos, es inevitable el conocimiento del hipotexto plástico del que nace y al cual homenajea, el celebérrimo ballet El Lago de los Cisnes (Tchaikovsky: 1877). Sin duda habrá quien achaque problemas de verosimilitud y coherencia al filme. Incluso no faltarán voces que desdeñen el fin último de la protagonista, hasta su trágico final: el ansia perpetua de perfección. Desde mi punto de vista, todos esos aspectos anecdóticos quedan justificados por el torbellino de percepciones al que asistimos en la película. Responsable de ello es, por supuesto, la maestría de Aronofsky en la dirección, pero también, y sobre todo, la extraordinaria interpretación de Miss Portman, quien de manera incontestable (mi particular debilidad por ella habla aquí desde un ángulo objetivo) ganará por este tormentoso y etéreo papel su primer Oscar.


Pienso que más allá de poner en duda la logicidad y consecutividad de la historia (y estoy convencido de que nada es gratuito en el filme, de que cada matiz es indispensable para trazar una psicología en alto grado compleja y en continuo conflicto), Black Swan se mueve por algo prioritariamente primario y visceral que no sólo no deja indiferente al espectador, sino que le lleva a una experiencia estética sublime en los límites de la tristeza y la alegría.


Como ejemplo verídico de cuanto quiero expresar, añadiré la curiosa anécdota que la casualidad o el destino (nunca sé muy bien) me reservaba ayer tarde, cuando decidí tomar el autobús que había de llevarme al cine en la más reconcentrada soledad.

Al acabar la película, estando todavía extasiado por las imágenes, una chica que se había sentado detrás de mí en la oscuridad de la sesión, y a la cual no conocía de nada, me preguntó al levantarse con cierta perplejidad: Vous avez compris, Monsieur? Ante esta repentina pregunta, sólo alcancé a decir en mi marcado francés espontáneo: "Es sobre todo la impresión, la sensación, la emoción...". No sé si mi respuesta satisfizo a aquella chica, que salió inmediatamente del cine, pero creo que con esas palabras quedaba dicho todo lo esencial. Porque ya fuera de la sala, mientras marchaba solo en las desiertas y frías calles de un pueblo llamado Audincourt, yo al menos me sentía emocionado, visiblemente emocionado, y reía y me sentía contento, y daba las gracias por ello, por estar en extremo maravillado una vez más gracias al cine.

http://www.youtube.com/watch?v=ujT_3QZA0ZE
(Pincha aquí para ver el trailer de la película en V.O. con subtítulos en español)

Y para aquellos que conozcan sólo la música del Lago de los Cisnes y no hayan visto ninguna representación del ballet, adjunto una versión rusa de los años sesenta que no me ha desagradado (en concreto, el comienzo del famoso Acto II). Como siempre, el lector curioso podrá seguir las pistas de esta puesta en escena a lo largo de sus cuatro actos, si así lo desea, o encontrar en la red algún fragmento del inigualable Rudolf Nureyev. Creo que merece la pena dedicarle unos minutos a la escenificación. A fin de cuentas, es la razón de ser de todo ballet.

(El lago de los Cisnes: Acto II. Academical Orchestra St. Petersburg, 1968)